Si hay una frase que puede resumir mi carrera, es esta:
"Corre hasta que no puedas más para después correr un poco más" (*)
06:45 de la mañana. Estoy dentro del autobús que la organización ha puesto a nuestra disposición para llevarnos hasta Rascafría, municipio del que partirá el trail. Miro de reojo la bolsa de plástico que mi amigo David, sentado a mi lado, sujeta sobre sus piernas. En ella lleva algunas de las cosas que le quedan por meter en la mochila. Vuelvo a mirarla. Tengo nauseas. La carretera serpentea una y otra vez ascendiendo y descendiendo por la sierra. Las nauseas aumentan. Curva a la izquierda, curva a la derecha...Cierro los ojos. Me concentro pero las ganas de vomitar continúan yendo a más, me noto un sudor frío en la frente y siento que llego a mi límite. De pronto cuando tengo claro que dos curvas más a la derecha y otras dos a la izquierda le vomito mi desayuno a mi colega encima de su frontal, sus geles y su manta térmica, oigo por detrás "ya estamos, ya hemos llegado". Siento un alivio tremendo. El autobús se detiene, abro los ojos y veo a David aferrado a su bolsa y con cara descompuesta:
- Ufff, que mareo, casi vomito.
Vaya dos. Bonita manera de empezar la jornada.
Nos bajamos del autobús, llega Luis, mi otro colega de aventura, y antes de que me espabile se acerca a saludar
Javi (
No pares unyko). Me pregunta por mis nervios pre-carrera pero esta vez ni nervios ni leches, lo que tengo es un mal cuerpo que malditas las ganas que tengo de correr. Menos mal que queda casi una hora para la salida.
8:15, la carrera empieza con puntualidad. De mi mareo ya ni rastro. Tras cruzar el portalón y recorrer escasos 50 metros cuesta abajo, el camino que tomamos empieza a subir y no dejará de hacerlo hasta pasados 10 kilómetros, hasta el Puerto del Reventón. Y como lo que no quiero es que acabe llamándose el de la "reventona", a los 2 kilómetros dejo de correr, saco mis bastones y me pongo en modo caminadora. Me adelanta mucha gente. Pocos corriendo, la mayoría andando, está claro que como caminadora tengo poco futuro. No me importa. Yo solo quiero llegar a la cima de Peñalara fresca.
Cuando se va a cumplir la hora de carrera recuerdo que hace casi cinco que desayuné. Es el momento de ir bebiendo los 30 cl de agua con Vitargo que me he traído para esta ocasión. He decidido no tirar de barritas y geles tan pronto para tratar de evitar el cierre de estomago que más adelante en otras ocasiones me ha ocurrido, y quiero conseguir mantener mis depósitos de glucógeno lo más estables posibles. Otro pequeño problema que quiero evitar en este ultra es la retención de líquidos y pesadez que siento a mitad de carrera. Para ello he rebajado la concentración de sales de la camelback y en los avituallamientos beberé solo agua. Se que no se debe experimentar en las carreras, pero desgraciadamente en la ultradistancia a veces no te queda más remedio. No se entrenan todos los días 60 kilómetros y esta prueba me puede servir para conocerme un poco más a nivel orgánico. De hecho me interesa más el estado en el que llegue tanto a mitad como al final de la carrera que el tiempo que consiga. Por supuesto no me planteo que no vaya a llegar, y no se trata de presunción ni de vanidad, sino de no dejar huecos para pensamientos negativos. La más mínima grieta y el mismísimo demonio acabará colándose en tu mente para estropearte la carrera o lo que es peor, hacerte abandonar.
Llego al Puerto del Reventón (km 10) en 02:00:02. Hemos ascendido 871 metros.Vaso de agua, medio plátano y un puñadito de almendras después, emprendo la marcha. Alguna voz de los voluntarios me despide con un "vamos que ya no queda nada". Supongo que se refiere a la cima de Peñalara.
David y Luis han tirado hacia adelante con un ritmo más vivo. Voy bastante atrás en la clasificación. Vienen algunos repechos en los que pierdo de vista la hilera de corredores y hay momentos en los que me veo prácticamente sola. Decido aprovechar esta aparente soledad y disfrutarla. Enciendo el mp3 con una sesión de suave
Deep House y echo a correr. Como suelo hacer habitualmente en las carreras de montaña, me pongo solo un auricular. No quiero perder el contacto auditivo con la naturaleza. Aquí arriba (2037 m) no suena nada, ni un pájaro, ni un coche a lo lejos...y sin embargo suena tan bien.... La vegetación ha cambiado. La montaña se ha puesto su traje de altura y han desaparecido los árboles de su estampado. Se ha teñido de amarillo e impregnado de una intensa pero hermosa fragancia. Creo que es piorno y retama. Y sigo corriendo. Quizá es el km 12.
"...otro de los placeres de correr un ultra,
la absoluta y tranquilizadora indiferencia de la tierra y el cielo" (*)
Serpenteo entre algunas formaciones rocosas y arbustos. Me dejo llevar por el sendero. De vez en cuando hasta adelanto a algún corredor que va andando. Y siento que floto, que vuelo...pero no es el flow.
Acabo de tropezar en una bajada y me veo a cámara lenta lanzando los bastones que llevaba recogidos en la mano derecha, sintiendo el peso de la mochila abalanzarse detrás de mi nuca mientras mi cuerpo desciende de cabeza hacia el suelo sin posibilidad de agarrarse a nada. Pero la naturaleza está de mi parte y caigo sobre un colchón de retama. Me levanto. Me sacudo el polen de las flores. Apenas hay daños. Me refiero a mí. Algunos arañazos en la rodilla izquierda. Me recompongo y continuo. Corriendo. Hay retama cerca.
Llego al km 14 menos bucólica y algo apagada. Siento algo parecido a un ligerísimo vacío en el estómago. Me tomo un gel. Me vendrá bien de cara al tramo de subida a la cumbre.
La nieve esta cerca. De hecho acaba bajo mis pies. Parece mentira que sobreviva en estas fechas.
En el km 15 la nieve da paso a un puzzle de pedruscos que van aumentando de tamaño a medida que asciendo. Me cruzo con montañeros y montañeras que están por aquí de "paseo" y nos van animando: "vamos, que ya no queda nada".
Me pregunto quien es el responsable de este desorden. Cuantos años han hecho falta para crear este extraño y caótico decorado. Algunas rocas lo ponen difícil mostrando su mejor arista. Hay que pensar donde poner el pie. Me siento cabra, pero con patucos. Es momento de concentración. Un paso en falso y...zas, resbalón, pequeña caía (en mi caso) y golpe en la rodilla izquierda. Esta vez no había retama esperándome, tampoco daños, tan solo un dolor pasajero. Me vuelvo a recomponer y termino la ascensión.
Llego al punto de control de la cima de Peñalara en 03:42:53 acordándome de los corredores del GTP. Para mí ha sido el km 17. Para ellos, este endiablado pedregal, es el km 69.
Acabada la ascensión, no queda más remedio que todo lo contrario. Me uno a Luis y David que me estaban esperando y nos asomamos a Segovia. Solo nos separan de La Granja de San Ildefonso 10 kms, el primero con un descenso brutal de más de 500 metros. Tengo ganas de correr pero el terreno de piedra suelta y la pendiente me retienen.
De pronto veo una cara conocida, su voz me saluda unos metros más abajo. No tiene dorsal. No esta participando. Pero sabe ya bastante de ultradistancia. Es
Jan (
Corriendo se llega lejos). Ha venido de "excursión" a animar. Para mí que estaba tomando nota del recorrido para el próximo año.
Nos despedimos y continúo ladera abajo, andando, no rodando. De vez en cuando trotando.
La fuerte pendiente acaba y con ella, de momento, la tortura para los cuádriceps. Duelen, y bastante. Pero no es tiempo de pensar. Es tiempo de correr.
"...en ocasiones lo tienes que hacer y punto,
el paradigma de la sabiduría forjada a base de esfuerzo" (*)
Música en marcha marcando el ritmo y comienzo a trotar con los bastones recogidos en la mano. Pillo un ritmo cómodo y voy adelantando gente. Sin darme cuenta voy delante de David y Luis. Durarán poco ahí.
El sendero que seguimos zigzaguea atravesando algún pequeño arroyo para terminar adentrándose en los bosques de Valsaín. Sube, baja, sigue bajando y vuelve a bajar. A veces se estrecha y es difícil adelantar. A veces se apartan para que pase yo, a veces me aparto yo. El paisaje es bonito pero el terreno lleno de raíces y los numerosos tropezones que llevo sufridos me obligan a ir concentrada con la mirada en el suelo.
Aparecen senderistas con el clásico "vamos, ya no queda nada". Ahora supongo que se trata de La Granja.
No se a que ritmo voy, pero tan pronto me parece bueno como lento. Debo estar por el kilómetro 25. Llevo corriendo 5 seguidos de bajada, todavía quedan 2 y empiezo a estar hasta las narices de tanto descenso. Es curioso, siempre me han gustado las bajadas. ¿A quien no? Parece que no requieren esfuerzo, que se descansa, que solo hay que dejarse caer, como dejar de pedalear. ¡Pues no! De pronto aparecen en mi vida unos señores músculos llamados cuádriceps que se encargan, pobrecitos míos, de retenerme en cada paso que doy pero quejándose del exceso de trabajo. Así que llego a la Granja de San Ildefonso (km 27) en 05:14:42, odiando las cuestas abajo, acalorada, con algo de dolor, y como se trataba de no pensar, solo correr, entrando en la plaza donde estaba el avituallamiento, pasando sin enterarme delante de las amigas que me estaban esperando y teniendo que ser frenada por la voluntaria que me tenía que leer el chip. ¿O fue un voluntario?
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En la Granja de San Ildefonso hay abandonos. Casi es el ecuador del recorrido, son las 13:30 y el calor empieza a hacer estragos. Mi amigo David ha llegado con problemas en un pie y aquí se queda. Luis y yo continuaremos después de saludar a nuestras amigas, comer y reponer liquido en la mochila.
Si algo he aprendido de mi corta experiencia en el ultratrail es a descansar lo justo y necesario, osea, NADA. Porque en carreras de este tipo, no nos engañemos, sentarse en una silla, bajo un árbol, o a la puerta de la iglesia del pueblo, representa un descanso tan mínimo que no compensa con el tiempo que se pierde. Mi máxima es mantener al cuerpo en activo el menor tiempo posible, y parada en un avituallamiento o control, el tiempo sigue pasando para las piernas, y lo que es peor, para la cabeza. Cuanto más se salga la mente de la carrera, más duro se hace el tramo que sigue. Así que tras una pequeña ingesta de proteínas e hidratos de carbono disfrazada de pan y jamón serrano, que me ofrecen los voluntarios, vuelvo a la carrera.
Al despedirme, mis amigas nos preguntan a que hora nos esperan en la llegada. Luis bromea diciendo que lo haremos entre 10 y 11 horas. Yo les digo que más bien serán 12 si todo va saliendo bien.
Recorremos algunas calles del pueblo recibiendo ánimos de la gente que está en las terrazas. Hay frases de todos los estilos, pero ya sabemos la que toca en esta prueba..."animo valientes, que ya no queda nada". En este caso no me queda tan claro para que "no queda nada". El siguiente avituallamiento es Casa de la Pesca, está alrededor del km 40 y eso de que no queda nada, lo que se dice nada...¡que quedan más de 12 kilómetros! Aun así salgo de La Granja contenta. Trotamos un poco y en seguida nos rodea otra vez la vegetación de los bosques de Valsaín. Hago repaso mental de mi estado físico. Muscularmente me encuentro dolorida, sobretodo a nivel de cuadriceps, pero no es nada sorprendente, entra dentro de lo normal y de lo esperado. Lo que no esperaba era llevar los pies en tan buen estado, y menos después del descenso de Peñalara con el terreno tan pedregoso. No siento ninguna señal de que haya ampollas ni dolor alguno que me impida pisar con normalidad. Orgánicamente todo parece funcionar correctamente, no hay signos de retención de líquidos, mis manos no están hinchadas como en carreras anteriores, tampoco de deshidratación, ni problemas estomacales, ni nauseas, ni bajones, ni pajarones. Pero algo no va como tiene que ir. Cuando apenas llevamos un escaso kilómetro me es imposible seguir corriendo. Continúo andando. Luis se adapta a mi ritmo. Hace mucho calor y no encuentro la fuerza mental necesaria para trotar. Se ha abierto una brecha en mi mente y el demonio empieza a hacer de las suyas.
"...correr las distancias de un ultra implica
que te quedas solo con tus pensamientos hasta un nivel casi insoportable.
Cualquiera que sea la historia que te estás contando,
procura que sea una historia que trate sobre la importancia de seguir adelante.
No hay espacio para la negatividad. La razón por la que la mayoría de la gente
abandona no tiene nada que ver con su cuerpo" (*)
Aunque continuo andando siento que me he venido abajo. Lo sé sobretodo cuando se me cuela en la cabeza el fantasma del "sin sentido" y empieza a hacer circular frases del tipo "esto no tiene ningún sentido", "es absurdo sufrir así", "¿que sentido tiene llevar al cuerpo a este cansancio?", "¿cual es el sentido de recorrer tanta distancia?"... Es un momento inevitable, en un ultra siempre llega. Decido compartir mi bjón con mi compañero en voz alta. Eso me descarga, me alivia, y minimiza mi preocupación. El fantasma parece que no tardará en irse.
Llegamos al km 33 solos. Hace tiempo que no vemos a nadie, prácticamente desde la salida de La Granja. No sé si es que vamos muy atrás en carrera o que la gente está descansando mucho en los avituallamientos.
El recorrido junto al río Eresma tiene su "aquel". Es un recorrido muy bonito, con frescura, altos pinos que bordean el camino, mantas de helechos. Pero la rivera también está llena de domingueros con sus picnics y sus tintos de verano y cervezas frescas, y de niños y niñas chapoteando felices en el agua. Y yo tengo mucho calor. Casi no quiero ni mirarles y aparto de mí la idea tentadora de meterme en el agua tal cual voy, con todo lo puesto. Me conformo con mojar la gorra una y otra vez. En 15 minutos se seca.
- Al final no sales de aquí sin bañarte.
Un corredor vestido de negro viene caminando deprisa y me alcanza mientras estoy agachada en un arroyo para mojarme la nuca. A decir verdad no es un corredor de negro cualquiera, es "el corredor de negro". Tras la soledad de los primeros kilómetros, aparecieron otros participantes y llevo una hora haciendo la goma con él y eso se merece cierto estatus de familiaridad. En un ultra todo aquel ser vivo que te acompaña más de cinco kilómetros ya pasa a formar parte de la familia. Es una ley no escrita. Y si te ayuda a algo ya le puedes invitar a la boda de tu prima. Esto une, que se le va a hacer.
Acelero el paso y me pongo a su altura. Veo que su pulsera de identificación es azul. La mía es verde.
- Osea, que en estos momentos llevas....Vamos a ver, si yo llevo casi 40...¿Tu llevas 90 kilómetros??????
- Por favor déjame que te haga la ola (¡y vamos si se la hice!). Existís. ¡A estas alturas, después de lo que hemos subido y bajado! ¡Sois de verdad, de carne y hueso! ¡Luis, mira, ven! Un getepero de verdad. Son reales!
El Getepero de Negro apenas sonrie. Creo que es un hombre serio. Se enfrenta a cosas serias, a carreras de 110 kms y no a chiquilladas de 60. Se concentra en el camino y no va de excursión haciendo fotos a los helechos. El Getepero de Negro no lleva bastones, no los necesita. Camina erguido a paso constante, de vez en cuando trota, de vez en cuando vuelve a caminar. El Getepero de Negro es parco en palabras. Decido dejar de darle la brasa con mis preguntas. Todavía me queda algo de empatía y me recuerdo con 90 kilometros en el cuerpo. No estaba para tonterías. Dejo al Getepero y alcanzo a Luis.
Llegamos al avituallamiento y control de Casa de la Pesca en 07:38:33.
- Pues mira, te diría que una cerveza, pero me vas a poner un vaso de agua que yo creo que me va a sentar mejor.
Los voluntarios y voluntarias de esta carrera son la caña. Son uno de los alicientes de participar en ella. No importa las horas que lleven, el punto perdido en el que estén, a 2000 metros de altitud o a 800, con toda la solana encima o con el viento fresco de la montaña pegando en toda la geta...siempre sonríen, te animan, bromean...En este avituallamiento me riegan amablemente con agua por la nuca para refrescarme. Después de mi broma, uno de ellos, que todavía no ha podido comer... ¡me ofrece la cerveza de su comida!!!!
¡Que grandes! Los admiro. Casi tanto como al Getepero de Negro.
Me tomo una barrita y un gel, y relleno la camelback. Un grupo de chicos se sienta en unas sillas y empieza a quitarse calcetines y a recrearse en sus ampollas. Creo que es hora de marcharse.
Los voluntarios nos despiden.
- ¡Venga, que ya no queda nada!
Luis vuelve a bromear con lo de que podemos llegar a meta entre 10 y 11 horas. Miro el reloj y hago cuentas. Quedan 20 kilómetros pero con el plato fuerte de la subida al Puerto de la Fuenfría....Mmmmmmmm....igual no tiene porque ser broma...
Al Puerto de la Fuenfría se puede subir por varios sitios pero hoy solo puedo por uno. Es lo que tienen las carreras. No hay donde elegir. Yo creía que conocía todas las subidas posibles pero me equivocaba. Me faltaba la mejor de las peores. Una que incluye una rampa de algo menos de un kilómetro para ascender alrededor de 360 metros. Una jodida pista con tanta inclinación que si te paras a descansar te caes para abajo. Una subida en la que no veo correr a nadie y en la que los cinco que la estamos subiendo nos hacemos la goma constantemente. Entre ellos el Getepero de Negro. Sigue parco en palabras.
Cuando llego al final de tremenda cuesta no se si alegrarme o echarme a llorar.
Un voluntario me lee el chip. Puerto de la Fuenfría (km 42) en 08:51:26.
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Con el Getepero de Negro detrás, bien concentradito. |
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La gente se detiene a descansar en una fuente que hay a la derecha. Luis me mira:
- Mmmmmmm....No. Acabemos cuanto antes con esto.
Y sin más rodeos, me enchufo la música y salgo trotando al "abordaje" del Camino Schmidt, camino que nos llevará todavía con algo de ascensión al Puerto de Navacerrada (1862 m). Pillo el buen ritmo y vamos adelantando gente. Corriendo, caminando, corriendo, caminando...
- ¿Que te ha pasado? Tienes ojos de cazadora.
- No lo sé. Es cierto, tengo ganas de devorar el camino.
Estoy contenta. Siento como si empezara una carrera diferente. No quiero pensar en la distancia que tiene ni por donde discurre. Solo quiero avanzar. No pienso en lo que llevo subido, ni bajado, ni los kilómetros recorridos, ni en los bosques atravesados, ni en plantitas, ni aguas de ríos tentadoras. No importa de donde vengo. Al camino solo le importa a donde voy.
"Según el bushido, la mejor disposición para la batalla -o para la carrera- es el vacío,
tener la mente vacía" (*)
Adelanto a otros participantes. La mayoría van caminando. Me cruzo con familias que han salido a dar un paseo por la montaña. Los niños y las niñas nos animan. Ahora si que tiene sentido. ¡Ya no queda nada!
Llego al Puerto de Navacerrada (Km 49) en 9:44:16. Y llego tan contenta y con tantas ganas de aprovechar lo bien que me siento que mi primera intención es la de continuar sin parar en el avituallamiento. Pero recuerdo que desde la anterior parada han pasado casi 10 kilómetros y más de dos horas y no es plan de estropear el día en el descenso a Navacerrada. Me tomo un gel, un vaso de agua y varias rodajas de sandia. (Hay que ver como está la sandia de rica en las carreras)
De pronto aparece Javi (No pares uniko). No esperaba verle a estas alturas. Le hacía ya en meta. No parece que lo esté pasando bien. Me habla de una pájara subiendo a la Fuenfría, de la dureza de este trail, de que tiene ganas de acabarlo. Yo en cambio me siento positiva, con ganas de disfrutar el último tramo. Ojalá pudiera pasarle algo de mi energía, pero todo lo que puedo es instarle a que abandone conmigo el último avituallamiento. Así que pongo rumbo a la meta con nueva compañía. - Luis, lo he decidido. Quiero un 10 en nuestra marca. ¿Que te parece? Nos quedan solo 11 kilómetros, casi todos en descenso. Tenemos casi 1 hora y cuarto antes de que el reloj llegue a las 11 horas. ¿Lo intentamos?
El último ascenso nos sube con un tramo largo y tendido hasta el km 52. Bola del mundo parece que está al lado. Ahora solo quedan...8 kilómetros con un descenso de casi 800 metros. La primera parte con senderos de roca suelta donde se hace difícil correr pero con una segunda parte de pistas anchas donde se puede coger algo de velocidad.
Comienzo a bajar por el sendero todo lo rápido que puedo sintiéndome segura, cosa nada fácil. Me distancio de Javi. Luis se distancia de mí. Adelanto a algunos corredores a los que aviso y agradezco sobre la marcha que se hagan a un lado. El sendero no parece tener fin. Yo quiero llegar a la pista. Quiero correr de verdad. Oigo pasos por detrás. Es Javi. Trae mala cara. Le ofrezco ayuda, geles...
- No,estoy bien, solo quiero acabar.
Por fin llegamos a la pista de tierra y empieza el fin de fiesta.
- Luis, preparate. Vamos justos, muy justos. Pero podemos lograrlo. Ese 10 no se nos escapa. ¡Me cago en la leche! ¡Ahora si que no queda nada!
Voy haciendo mis cálculos y si no me fallan las matemáticas y el recorrido está bien medido tenemos que asegurarnos todos los parciales como mínimo por debajo de 6'. Sé que parece fácil, pero también sé como me duelen las piernas, que llevan más de nueve horas encima y medio centenar de kilómetros. Sé que a la menor cuesta hacia arriba no darán de si. Pero ahora lo estoy intentando con todas mis fuerzas aprovechando el descenso.
- ¿Pero que es esto? ¡A estas alturas! ¡A 4'50''! ¡Estáis locos!
- Vamos Javi, no te quedes, no lo pienses. ¡Arranca, vamos!
La gente nos anima al pasar, incluso los propios participantes cuando los adelantamos
Llegamos al último control, La Barranca en 10:35:27
Según mi GPS quedan 4'5 kilómetros y tenemos menos de 25 minutos para lograr vencer en este alocado pique que me he plateado con el crono. Los kilómetros caen y no se el ritmo que llevo, voy todo lo rápido que puedo. A punto de llegar al pueblo veo al fondo un repecho. Ni siquiera es una cuesta, solo un repechín pero... Imposible, los últimos metros tengo que andar. Cuando acaba vuelvo a correr, presiento que en ese repecho se me ha escapado el 10 pero no tiro la toalla.
Entramos en Navacerrada. ¡Por fin! El último kilómetro. Javi se descuelga. Luis se adelanta. Giramos por una calle. Busco las cintas que señalizan el recorrido. No las veo. Mi reloj marca 10:55.
- Creo que vamos muy justos. Apenas nos quedan 5 minutos. Hay que apretar. ¿Vamos bien? ¿Seguro que es por ahí? ¡En esa calle no hay cintas! ¡Nos hemos equivocado! Pregunta a esa pareja.
- Por favor, ¿la carrera? ¿por donde es?
- ¿Que carrera?
- No me lo puedo creer...¿Y el polideportivo?
- Sí, por allí arriba. Esa calle y luego a la izquierda.
- ¡Dios, menos de un kilómetro y nos perdemos! ¡Solo 4 minutos!
Ya en la dirección correcta y siguiendo las cintas enfilamos la calle que lleva a la plaza, a la meta. La gente anima y aplaude. No me cabe la sonrisa en la cara. Sonrío feliz, sonrío esforzándome. Veo el marcador al fondo, 10:59:... Piso la alfombra esprintando...
Al final, como dos locos "asusta-niños", llegamos en 11:00:34.
Se escapó el 10 del cronómetro pero...que más da. Al Trail de Peñalara, el 10 se lo pongo yo.
Un trail que sin duda es el mejor que he corrido y posiblemente una de mis mejores carreras.
"Cada uno de nosotros posee la fuerza para intentar conseguir algo que no está seguro de poder lograr, ya sea correr un kilómetro, quince o ciento cincuenta; ya sea cambiar de profesión, perder dos kilos o decirle a alguien que le quieres" (*)
Mi agradecimiento a Luis, Tere y Juan Luis por las fotos. Así da gusto ilustrar mi aventura.
PD: el Getepero de Negro llegó a meta y en un gran tiempo. Me sirvió de inspiración durante parte de mi carrera y desde aquí le quiero dar mi enhorabuena.
(*) "Correr, comer, vivir" Scott Jurek